Resumen:
Sostiene que el realismo exagerado es para el arte lo que el positivismo inconsulto para la filosofía: el rechazo del espíritu, la incomunicación del alma, la preponderancia de los sentidos, el divorcio entre la idea y la materia. El hombre no es solo alma: posee también un cuerpo y ambos tienen derecho a nuestra atención. Considera que ambos son elementos que para su recíproco provecho deben ligarse con lazos indisolubles. Si se prefiere lo subjetivo, y se olvida la realidad se inaugura una serie no interrumpida de locuras, quimeras y contradicciones. Los que dan más importancia al elemento material ofrecen cuadros afrodisíacos, pinturas, obscenas, personajes libidinosos a los que falta la noción de bien a la vez que la racionalidad. Los que tal hacen, los realistas de la escuela de Zola, ocasionan estragos y conmociones de carácter más grave que los producidos por los románticos de Víctor Hugo o de Lamartine, idólatras de la idea.